POR IMMANUEL
WALLERSTEIN
La ideología
neoliberal ha dominado el discurso mundial durante los primeros 15 años del
siglo XXI. El mantra ha sido que la única política viable para gobiernos y
movimientos sociales era otorgar prioridad a algo conocido como mercado. La
resistencia a esta creencia se volvió mínima, en tanto partidos y movimientos
que se dicen a sí mismos de izquierda, o por lo menos de centro-izquierda,
abandonaron su tradicional énfasis en medidas propias de un Estado de
bienestar y aceptaron la validez de esta posición orientada al mercado.
Arguyeron que por lo menos se podría suavizar su impacto reteniendo alguna
pequeña parte de las históricas redes de seguridad construidas por más de 150
años.
La política
resultante fue una que radicalmente redujo el nivel de impuestos para los
sectores más acaudalados de la población, lo que por tanto incrementó la
brecha del ingreso entre este sector acaudalado y el resto de la población.
Las firmas, en especial las grandes, pudieron incrementar sus niveles de
ganancia reduciendo o dislocando sus empleos.
La justificación
ofrecida por sus proponentes fue que, con el tiempo, esta política volvería a
crear los empleos que se habían perdido y que habría algún efecto de derrama
del valor incrementado que podría crearse si se permitía que el mercado
prevaleciera. El llamado mercado nunca fue una fuerza independiente de la
política. Pero esta verdad elemental fue diligentemente pasada por alto o, si
alguna vez se le discutía, se le negaba con ferocidad.
¿Terminó aquel día?
¿Hay lo que en un reciente artículo de Le Monde se le llama un regreso tímido
de las instituciones del establishment a una preocupación por sostener la
demanda? Ocurrieron por lo menos dos signos de esto, ambos de peso
considerable. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha sido por mucho tiempo
el pilar más fuerte de la ideología neoliberal, e impone sus requisitos a
todos los gobiernos que le solicitan préstamos. No obstante, en un memorándum
emitido el 24 de febrero de 2016, el Fondo Monetario Internacional expresó
sus preocupaciones en público en relación con lo anémica que se ha tornado la
demanda. Urgió a que los ministros de Finanzas del G-20 se movieran más allá
de las políticas monetarias para dar aliento a las inversiones en vez de a los
ahorros, para sostener la demanda creando empleos. Esto significa un viraje
muy fuerte para el FMI.
Más o menos al
mismo tiempo (el 18 de febrero), la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE), el segundo pilar en importancia en cuanto a
ideología neoliberal, difundió un memorándum anunciando un viraje semejante.
Y dijo que era urgente involucrarse colectivamente en acciones que pudieran
sostener la demanda mundial.
Por eso mi
pregunta: ¿se cuela reptando la realidad? Bueno, sí, aunque sólo sea
tímidamente. El hecho es que, a escala global, el crecimiento prometido en
producción de valor agregado no ha ocurrido. Por supuesto la caída es
dispareja. China sigue creciendo, aunque sea a un ritmo reducido, uno que
amenaza con caer aún más. Estados Unidos parece seguir creciendo, en gran
medida porque, relativamente, el dólar sigue pareciendo el lugar más seguro
para que los gobiernos y los ricos estacionen su dinero. Pero la deflación
parece haberse vuelto la realidad dominante de casi toda Europa y de casi
todas las llamadas economías emergentes del sur global.
Ahora todos estamos
en un juego de espera. ¿Acaso las tímidas jugadas recomendadas por el FMI y
la OCDE restañarán la realidad de una demanda mundial en declive? ¿Podrá
resistir el dólar una ulterior pérdida de la confianza en su capacidad para
ser un repositorio estable del valor? ¿O nos movemos hacia un alocado vaivén
mucho mayor y más severo en el llamado mercado, con todas las consecuencias
políticas que esto sin duda acarreará?
Una caída en la
demanda mundial es la consecuencia directa de una reducción en el empleo
mundial. En los últimos 200, inclusive 500 años, cada vez que había un cambio
tecnológico que desaparecía empleos en alguno de los sectores productivos,
los obreros que estaban perdiendo su empleo resistieron estos cambios.
Quienes resistían se involucraron en las llamadas demandas ludditas de
mantener la tecnología previa.
Políticamente, la
resistencia luddita siempre ha demostrado ser infructuosa. Las fuerzas del
establishment dijeron siempre que se crearían nuevos empleos en reemplazo de
aquellos que se perdieron, y que se renovaría el crecimiento. Y era cierto.
De hecho se crearon nuevos empleos -pero no entre los trabajadores de cuello
azul. Más bien los nuevos empleos fueron trabajos de cuello blanco. Como
resultado, y en el más largo plazo, la economía-mundo vio una reducción en
los empleos de cuello azul y un aumento significativo en el porcentaje de los
trabajadores de cuello blanco.
Se ha asumido
siempre que los empleos de cuello blanco estaban exentos de eliminación. Se
suponía que estos empleos requerían interacciones de humanos con otros
humanos. Se pensaba que no había máquinas que pudieran reemplazar al
trabajador humano. Bueno, eso ya no es así.
Ha habido un gran
avance tecnológico que permite que las máquinas realicen cálculos de enormes
cantidades de datos que hasta ahora fueron el ámbito de asesores financieros
de nivel bajo. De hecho estas máquinas están en camino de eliminar puestos de
trabajo de esos empleos de cuello blanco de nivel bajo. Con seguridad, esto
todavía no ha afectado a los que podrían llamarse puestos de supervisión o
mayor nivel. Pero uno puede ver para dónde sopla el viento.
Cuando los puestos
de cuello blanco eran eliminados o reducidos en número, de hecho fueron
reemplazados por nuevos puestos de cuello blanco. Sin embargo, ahora, cuando
desaparecen puestos de cuello blanco, ¿dónde está el contenedor de los nuevos
empleos que vayan a crearse? Y si no pueden ser localizados, el efecto global
es que disminuyen severamente la demanda efectiva.
Sin embargo, la
demanda efectiva es el sine qua non del capitalismo como sistema histórico.
Sin una demanda efectiva, no puede haber acumulación de capital. Ésta es la
realidad que parece colarse reptando. No sorprende entonces que se expresen
las preocupaciones. Pero no es probable que los tímidos intentos de lidiar
con esta nueva realidad hagan, de hecho, una diferencia. La crisis
estructural de nuestro sistema está en plena expansión. La gran pregunta no
es si podemos reparar el sistema, sino con qué vamos a reemplazarlo.
Traducción: Ramón
Vera Herrera.
La Jornada, México,
marzo de 2016.
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domingo, 24 de abril de 2016
EL MANTRA DEL MERCADO
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